sábado, 4 de julio de 2009

Vida contemplativa





Durante algunos años, he buscado en el silencio del monasterio y en la liturgia de las horas un encuentro con Dios.
Dios sigue siendo mi gran interrogante.
He vivido en diversos monasterios de monjes de vida contemplativa y he hecho, dentro de lo posible, la más estricta vida monacal.
Aunque generalmente, en el encuentro los monjes se han mostrado algo esquivos. Uno tiene que sacar sus propias conclusiones y tratar de interiorizar en la vida de la oración.
Pero por azares de la vida, a pocos metros de mi casa, en mi propia ciudad, encuentro una persona que me habla y vive de la vida de oración.
Esa persona es la H. Liliana de la Resurrección de la Orden Carmelita.
Es una mujer en la etapa que va de la juventud a la madurez. Acaba de cumplir sus primeros cincuenta años y aún no ha perdido las huellas de su juventud tan cercana.
Conozco a Liliana por llevar comida del colegio a su convento.
Luego un día, cuando muere mi padre, me llama para mostrarme su pesar y decir que lo ha tenido presente en sus oraciones.
A partir de ahí se establece una relación personal y epistolar entre nosotros.
Voy a visitarla de tiempo en tiempo y el encuentro se convierte en un acontecimiento. Sus palabras me dejan preñado de profunda alegría.
Su sinceridad, su felicidad íntima traspasa las rejas del locutorio. Su voz musical lo envuelve todo y la profundidad de su reflexión lo hace a uno estar en oración.
Dice Liliana que “Cree en Dios porque he experimentado su amor a través de su Hijo Jesucristo que cautivó y enamoró mi corazón y lo sigue enamorando”.
Manifiesta también que “Soy creyente porque, además de descubrir al Señor en todo lo pequeño y en los pobres y pequeños, le encuentro en la grandeza de la naturaleza, en el cielo azul, en las montañas, en la inmensidad del mar, en todo ser viviente, en su creación en definitiva. Toda obra suya me habla de él y me manifiesta su presencia como Señor del cosmos, aunque tantos quieran prescindir de Dios y quieran explicar todo por leyes puramente naturales e incluso no les importe deteriorar o destruir lo que es la obra de Dios”.
En un mundo donde la gente busca, donde muchas personas se interrogan y tratan de encontrar en culturas lejanas y exóticas respuestas a sus interrogantes vitales, un oasis de verdad y alegría en el encuentro con Dios anda tapado y casi desconocido.
La solera y tradición de la vida contemplativa cristiana tiene hoy día una rabiosa actualidad. Aunque también hay que decirlo una irracional crítica por desconocimiento.
La gente ve en los monasterios a unos hombres y mujeres huraños, escondidos, casi clandestinos que se asoman a las liturgias por una reja y de nuevo se encierran en su mundo y sus espacios.
Saben algo más cuando van a comprar unos dulces o hacer algún arreglo de ropa. Los monjes generalmente se conocen algo más porque son muchos los que escuchan música gregoriana.
Sin embargo, cuando uno tiene la oportunidad de penetrar un poco en la persona contemplativa, uno se queda maravillado, deslumbrado ante el enorme espectáculo de paz, amor y felicidad.
Puedo asegurar, que los testimonios de gente más alegre, me la he encontrado tras las tapias de un convento.
De mi amiga Liliana puedo escribir muchas cosas. Sé mucho de su vida y de ese saber brota, como manantial sereno, el afecto y la admiración que siento por ella.

1 comentario:

Clarita dijo...

Ya es hora de ir retomando este rinconcito papi!te quiero